When all
the leaves start falling, ese es el tiempo. Es este tiempo. Empezado
hace un par de días pero que en el norte llevábamos notando algo más de tiempo.
El cambio de estación de verano a otoño trae consigo bastantes
más cambios de los de un simple cambio de estación, ya que también conlleva un
cambio de costumbres, y al menos en mi caso, de ánimo.
Me encanta cuando se termina el verano porque se termina el
sol, el trabajo y empiezo a ver de nuevo todos los días a mis amigos. Y también
porque empieza a hacer frío, caen las hojas, la moda cambia (llegan los
abrigos, los pantalones largos, las botas, ¡LOS GORROS, LAS BUFANDAS DE LANA…! …
el vestir bien), y se nota cada vez más que se acerca el invierno, y con él la
navidad y la nieve. Nieve nieve nieve nieve ¡¡¡NIEVE!!!
Amo la nieve. Ir abrigada hasta las cejas y que aun así la
nariz se me ponga colorada. Que se me congelen los pies y calentarlos con una
ducha hirviendo o un café. Y sobre todo ir a esquiar, y que esquiando me ponga
morena toda la cara menos la marca de las gafas. Sentirme volar. Desde luego no
es lo más glam del mundo, pero en ese
momento no existe otra cosa que el reflejo del sol en la nieve y un frío bajo
cero.
Una sensación que tan sólo vivo una semana al año, pero que
es tan intensa, que hace que la recuerde durante la estación previa cómo si a
la mañana siguiente fuera a despertarme en un bungalow en el medio de los Prineos.